Pasan los minutos, pero extrañamente no lo parece. Es como si estuviera atrapada en el mismo momento para toda la eternidad. Y por primera vez es perfecto. Estoy en la compañía perfecta, con gente perfecta, el aire es perfecto, el parque es perfecto. Lo único que me atormenta es que no tengo noción del tiempo, tengo un agobio en mi interior y tiene forma de cuenta atrás. En cuanto llegue a cero, el momento perfecto se acabó. Tendré que despedirme de la compañía perfecta y volver a casa, tendré que hacer la maleta, tendré que prepararme para coger un avión mañana y tendré que prepararme mentalmente para volver a mi rutina.
Completamente ensimismada y absorta en mis pensamientos, veo que parte de la 'compañía perfecta' empieza a levantarse y quitarse el césped de la ropa. Se van. El sol comienza a ponerse, las jarras de cerveza se quedan vacías y las patatas fritas han desaparecido de los platos. El sábado ha terminado para la mayoría. Sobresaltada, me levanto de un salto a despedirme. Los momentos compartidos junto a las personas que he conocido en este viaje son inolvidables, aunque no sean demasiados. Los ojos se me cargan de lágrimas al escribir una dedicatoria de despedida en la libreta de Lilly, pero no lloro. Entonces todos comienzan a levantarse y despedirse. A mí me lleva un rato, entre risas y sonrisas torcidas que reflejan alegría y tristeza a la vez. Estas sonrisas torcidas expresan alegría por haberte conocido, pero también tristeza por tener que despedirme. No sé como, aguanto sin llorar. Posiblemente porque mi 'hermano' se cura de que no me preocupe de nada, y de hacerme reír cada minuto. En realidad es una suerte tenerle aquí.
Quiero quedarme un rato más en nuestro parque, aunque todos se vayan. No estaré sola, Esteban se queda también hasta terminar su cigarrillo, y luego se irá. Decido hacerle compañía. Además es mi mochila lo que está utilizando como almohada sobre el césped y se niega a devolvérmela hasta que no termine su dichoso cigarro.
Me despido de mi hermano de otra madre, al que aún espero volver a ver. Después de varios abrazos largos en los que me falta poco para perder el equilibrio, me siento de nuevo en la hierba. Curiosamente, de quien no me he despedido es de los dos españoles con quien he hablado más. Pero no importa, algo me dice que no les caigo tan bien como creía al principio. Sobrevivirán sin mi abrazo.
Entonces hago memoria sobre las experiencias desconocidas vividas en este viaje, y han sido tantas... Incluso mi corazón empieza a latir con nerviosismo recordando algunas gilipolleces que hice mis primeros días en este país desconocido. Hay grandes arrepentimientos, pero solo se me ocurre suspirar y pensar que la próxima vez lo haré mejor. Después de todo, el primer intento es un ensayo para el segundo, ¿no?
Le pido a Esteban una calada, pero lo niega. '¿Recuerdas lo que me dijiste? Que no te diera ni una calada por mucho que me lo pidieras'. Es cierto. Lo reconocí y le di las gracias.
Mi relación con Esteban durante dos semanas había sido... extraña. Los primeros días habíamos sido uña y carne, hasta el primer domingo. Ese día cometí una de las estupideces de las que me arrepiento. Después de ese día, Esteban me evitó casi una semana entera. Cuando me hablaba, solo era para decir algo malo de mí. Yo pensaba que iba de coña, no podía ir en serio, y su intención no era ofenderme si lo que me decía era que me comprara un perfume de una vez, o que era muy baja. El caso es que un buen amigo me había evitado durante prácticamente una semana por una razón que yo desconocía. ¿Cuándo empezó a evitarme?, pensé. Mi memoria llegó al lunes, cuando nos cambiaron las clases. Esteban me evitaba aquel día, me miraba de reojo como si sus padres le hubieran pedido que no se juntara con gente como yo, como si fuera una pésima influencia. Y la única razón que se me ocurría era la estupidez que había cometido el domingo por la tarde. Y lo más patético es que Esteban me había animado, incluso ayudado a cometer la estupidez. ¿Me estaría volviendo loca de tanto recordar? ¿Tengo que dejar de darle tantas vueltas a todo? No lo sé, pero ahora mismo a quien hago caso es a mi corazón que cada vez palpita más fuerte, señal de que estoy cada vez más nerviosa. Eso significa que va a pasar algo. ¿Con Esteban? ¿Será posible, después de todo lo que he hecho yo y todo lo que me ha dicho él? Alea jacta est. Mientras todo tipo de pensamientos se arremolinaban en mi cabeza, Esteban y yo recogíamos los platos y jarras que habíamos dejado sobre el césped para devolverlos al bar. Vamos parloteando de lo que sea. Bueno, yo soy la que tiende siempre a pillar la verborra, parlotear e irme por las ramas. Especialmente si estoy nerviosa. Esteban reflejaba seguridad con sus frases cortas y su risa. Oh, señor, amo esa risa. Sincera y real, como Esteban. Pero en especial amo el hecho de ser capaz de hacerle sonreír de vez en cuando. Yo río a veces de manera exagerada sus gracias porque me doy cuenta de que también le place este sentimiento. Caminamos juntos hacia la estación de metro. Menos mal que él sí sabe qué trenes coger. Llegamos a nuestra parada. Él ahora debe ir a Weisser Turm donde le esperan los demás, y yo debo ir a la estación central donde nadie me espera todavía, porque es muy pronto. Estamos ahí de pie, esperando. Ha llegado el momento de la despedida y lo sabemos. Todas la emociones que he sentido respecto a Esteban se juntan. Sensación de comodidad y cálida amistad en su mayoría, pero contrastada con unos pensamientos más serios y recientes. Esa actitud de 'Te odio... Pero te quiero. Te odio, pero te quiero', esa bipolaridad mental que algunos llamarían sentimiento nata-fresa... ¿A quién quiero engañar? Me gusta Esteban. Ambos nos reímos porque tengo que ponerme de puntillas para darle dos besos en las mejillas y él aún así se ve obligado a agacharse un poco. Primero le doy un abrazo. Luego me aparto para darle los susodichos dos besos y al darle uno, nos quedamos en una posición indefinida. Yo pensaba que me daría un beso, un inocente pico en los labios. No hace nada. Yo le doy el segundo beso en la mejilla, algo confundida, y le doy otro abrazo. Su reacción es rápida: corresponde a mi abrazo con fuerza, y mientras yo digo 'adiós', el susurra 'te quiero'. Me aparto despacio, y seguramente mis ojos están abiertos como platos.
'De verdad espero que algún día nos volveremos a ver', digo, y con eso me despido, giro sobre mis talones y me dirijo a las escaleras mecánicas. Con un 'te quiero' resonando en mi cabeza.
Por la noche, le doy varias vueltas al 'te quiero', llegando a la conclusión de que en Colombia seguramente se dice muy a la ligera, que no me lo ha dicho como se dice 'te quiero' a tu alma gemela en la boda ideal.
Hoy he sabido que tenía razón respecto al 'te quiero'. También me ha quedado claro que mientras yo esperaba el beso de él... Esteban lo esperaba de mí. También he sido llamada 'gueva' por no darme cuenta de ello, y darle un beso en la otra mejilla en vez de en los labios. También me he enterado de que obviamente no nos volveremos a ver nunca. Discrepo. Pasarán años, los que hagan falta, pero volveré a ver a Esteban como que el aire que respiro y me da la vida también me oxida y da paso a mi muerte. Volveremos a vernos y le daré su esperado pico, aunque esté casado y con hijos o aunque esté en una residencia. Palabra.
Pero él no cree que volveremos a vernos, aunque dice que le gustaría. Huevón. Me gusta, pero es un cabrón pesimista. Ya estoy otra vez: te odio... pero te quiero. Te odio, pero te quiero.
Me encanta.
Es un cabrón.
Pero iré a buscarle.
Joder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario